Letters

carta_178

Capítulo de una carta del corregidor de Valladolid para el señor presidente de Castilla D. Juan Queipo de Llano a 18 de noviembre de 1635.

(Tom. 111, fol. 129.)

Cumpliendo con lo que V. S. me manda digo, señor, que el embajador de Inglaterra llegó a esta ciudad jueves, poco antes que anocheciese. Luego que lo supe, le fui a ver a su posada donde estaba, y le supliqué se sirviese de la mía, y aunque le representé se me pondría culpa de no hacerlo, por el afecto y singular estimación que S. M. hacía de su persona, y veneración y amor que tenía a su rey, no le pude mover a que dejase su posada. Me apartó y me dijo que cuando su rey se fue de España, y él acompañándole, había visitado a la madre Luisa de la Ascensión en Carrión [Luisa Colmenares], y que venía con mucho gusto por Valladolid para poderla ver. Yo le respondí el estado en que se hallaba esta bendita mujer, si bien con mayor aplauso y estimación que nunca de sus raras virtudes, y que no hallaba, a mi entender, disposición de verla. Me replicó que su rey le había dado un recado que la diese, que le buscase camino para hacerlo. Volví a decirle la dificultad, por la orden que había dado la Inquisición para que no la hablase nadie; pero le prometí que haría toda la diligencia posible respecto de tener entendido no podía yo hacer servicio a S. M. y lisonja a sus ministros superiores como que se ejecutase lo que su rey mandaba; y de allí me fui a ver al señor obispo, que por estar la madre Luisa en monasterio de su obediencia y por ser de gran disposición, me pareció me encaminaría para alcanzar permisión de los inquisidores. Habiéndole hecho relación me dijo que se debía hacer lo que el embajador pedía, que aquella noche viese a los inquisidores, que cuando no diesen licencia, como diesen consentimiento tácito o disimulación, él iría por su persona y dispondría que el embajador diese su recado y fuera satisfecho.

Luego aquella noche fui a sus casas, y hablé a los inquisidores representándoles el servicio que se hacía a S. M. en que este embajador no fuese desabrido; lo reconocieron así, y que no se descubría inconveniente, y prometieron que en su tribunal por la mañana se resolvería. Yo, como sabe V. S., le di cuenta de esto muy de mañana, y con el recado que me dio para los inquisidores les volví a hablar a todos a la entrada de su tribunal; pero la resolución que me enviaron dentro de una hora fue excusarse de poder dar licencia ninguna para hablar a la madre Luisa, por haberles puesto censuras prohibiendo a su tribunal esta permisión; más después volví a ver al inquisidor más antiguo, D. Juan de Santos, y le dije que como disimulase, o no se diese por entendido él y sus compañeros, que el señor obispo asistiría a que el embajador cumpliese con la orden que traía de su rey, y el dicho Inquisidor me respondió que así lo pudiera él hacer por si solo y sus compañeros como tuviera efecto; con lo cual yo le dije me iba al señor obispo y que le llevaba con sentimiento tácito, y el señor obispo reconociendo se enderezaba esta acción al servicio de Nuestro Señor y de S. M., concertó estar a las tres de la tarde en las Agustinas descalzas recoletas, adonde le llevase con todo secreto el embajador, como se hizo, yendo también su hijo D. Alberto, con grande demostración de alegría de ambos.

Me previno el embajador que habría de dar el recado de su rey aparte, que se hallaba embarazado con que estuviese presente el señor obispo. Entró en la iglesia de dicho monasterio para hablar por la reja del coro, y antes él y su hijo se pusieron de rodillas delante del Santísimo Sacramento, y habiendo hecho oración se llegaron a la reja, y habiéndonos apartado de ella el señor obispo, D. Alberto y yo, se quedó por buen rato hablando a solas con la madre Luisa, hasta que le pareció hablarnos; y habiéndose despedido de la madre Luisa y de la priora, se puso a hablar aparte con el obispo, que le dio dos laminitas o pinturas que había recibido de mano de la madre Luisa, y en este tiempo que estaba conmigo y con un hijo mío, el D. Alberto me preguntaba con grande afecto que cómo podría alcanzar una cruz que viniese de mano de la madre Luisa, y yo, muy regocijado de su devoción, acudí a decírselo al señor obispo, que con grande contento sacó del pecho un crucifijo que había recibido de la madre Luisa; y fue admirable el contento y devoción con que este caballero lo tomó, besó y puso sobre su cabeza.

En esta ocasión hizo señal en la reja la Priora y acudiendo el señor obispo y los que he dicho estábamos, se entendió que la madre Luisa se había arrobado y la Priora la alzó el velo con que se vio el rostro y movió a grande devoción, y el embajador y su hijo se postraron de rodillas, y el señor obispo la mandó interiormente volviese de su arrobo, y al punto se reconoció su obediencia y la priora la echó el velo al rostro, quedando todos con admiración alabando a Nuestro Señor, y el embajador y su hijo que hicieron ambos notorias demostraciones de católicos, y el D. Alberto, estando prevenido de que al salir se le llevaría mi hijo a que viese lo que había que ver en la ciudad, quiso más entrarse en un coche con el rector de colegio inglés que le llevó a su casa. Nuestro Señor se sirva que señales tan grandes de católicos las veamos confirmadas en aquel reino.       

También quiero añadir a V. S. como después de esta visita he entendido que aunque el embajador profesa la religión en contemplación de su rey, es de corazón católico, y me han asegurado los padres del colegio inglés de la Compañía de Jesús de esta nación, que su mujer e hijos lo son de profesión y ejercicio, y que ella ha convertido más de 400 personas en Inglaterra, y cuando estuvo en Madrid con su marido, que es Walter Aston, el que quedó con la embajada, partido el príncipe de Gales, siendo grande hereje, se redujo a la fe cató1ica, que ejercita con notable firmeza y ejemplo.

Maravilloso es el que nos ha dejado su hijo D. Alberto, de cuyas virtudes se hacen lenguas los del colegio inglés. Me contó el obispo, que es fray Jerónimo de Pedrosa (fraile Jerónimo), que cuando estuvo aparte con el embajador le había dicho que él solo era el malo en su casa, que su mujer e hijos eran muy católicos.

See full screen