carta_64
Valladolid y septiembre 17 de 1634.
(Tom. 216, fol. 136)
Pax Christi, etc. En el pliego de hoy Recibí la caja de anteojos que V. R. me envía para nuestro P. Rector, que la estimó sobremanera, por ser ella en sí muy buena y muy del gusto de S. R con que se holgó mucho por no tener cosa a propósito para traer sus anteojos. Recibí también el tratadillo faceto, impreso, del «estilo de las monjas» y las nuevas de las cartas que, aunque pocas, hicieron su papel en la quiete.
Aquí ha pasado un caso de esta forma. En una casa profesa de los niños de la Doctrina ayudan dos cada día a misa, con roquetillos [pequeños roquetes, ropa de iglesia] bien compuestos. habría como diez y seis años que servía allí en ese ministerio un niño, muy agradable y de buen parecer; mostraba buen natural; conque dejando el estado de doctrino, ya crecidillo, sirvió en la dicha casa profesa. Aspiraba a ser hermano coadjutor: le pareció sería mejor estudiar aquí en San Ambrosio para entrar en la Compañía a ser sacerdote. Comenzó los estudios: se cansó presto; fue a Madrid; vivió allí cursando algún tiempo en la picaresca. Salió tan aprovechado en el arte de sacar dineros a unos y a otros, con embustes y embelecos, que, a no ponerse en cobro, le pusieran sin duda en un jumento, paseándole por la corte. De allí dio consigo en Salamanca; y como venía con humos de corte, se puso un hábito de Santiago a los pechos; y porque su vestido no era proporcionado a él, decía le habían robado sus criados, y que de lástima uno de ellos le había dado su vestido, y sobre él había puesto aquel habito. Por eso, y por acompañarse de picaros de bodegón en bodegón, a pocos lances la justicia le prendió, y halló que con esos embustes tenía maña de ladrón, y cuatrero. Estuvo preso mucho tiempo. Desde la cárcel me escribió un día diciendo le fuese a ver, que era de Valladolid, y sobrino de uno de la Compañía: yo no fui, ni caía en él: con todo, hice diligencia para que no le ahorcasen o echasen a galeras, como se quería. Salió, en fin, por embelecador a la vergüenza y destierro de Salamanca.
Un día después vino a nuestro Colegio a verme, hecho un andrajo, sin sombrero, zapatos, capa. Llegó [hacia] a mí, y me dijo: «P. Chacón, no me conoce?» Dije: «Si; ya me recuerdo de ti: ¿pues qué haces en estas tierras?» Él me dijo: «Yo soy el que le he escrito de [desde] la cárcel; ayer me sacaron a la vergüenza» y lo decía tan sin ella como si hubiera salido a paseo de doctor de la Universidad de Salamanca. Lo metí dentro de un aposentillo de la portería; le di de comer y un vestido decente con algunos cuartos, y le eché con Dios, diciéndole que se fuese luego, donde no fuese conocido. No le vi más, ni supe de él hasta que le vi aquí en la casa profesa, día de Nuestro Señor fundador San Ignacio, en hábito de canónigo, muy grande y mesurado, con su loba y manteo de perpetuán nuevo y lustroso. Lo vi; creía que era otro que se le parecía. El reparó que le miraba mucho, y me miró sonriéndose. Llegó [hacia] a mí. «Qué es esto? le dije: ¿qué hábito, que profesión de vida?» Dijo: «Padre; yo quiero ser carmelita calzado, y a ese fin un deudo me ha vestido así» «Pues (yo le dije) calla; punto en boca, que yo callaré, y procura ser hombre de bien» Parece ser que él andaba en esta ciudad engañando y estafando a todo el mundo, diciendo que era canónigo de Cuenca, que se llamaba D. Diego Pardo, y que era de la casa del conde de Barajas. Al conde de Benavente hizo una estafa de cien reales en plata; a muchas beatas de este Colegio otros muchísimos. No es posible contar las marañas y embelecos con que sacaba dinero y alhajas. Se descubrió la bellaquería, y lo agarraron los alcaldes del Crimen; y hoy ha paseado las calles de esta ciudad, con doscientos a cuestas y diez años de galeras, que ha hecho fiesta en esta ciudad. Creo que se atendió mucho a vengar la burla que hizo al de Benavente, que fue de esta manera. Fue un día a su casa, con el hábito que dije, y dijo al paje de guarda: «Diga V M. a S. E. que está aquí D. Diego Pardo, canónigo de Cuenca» Dijo el conde que entrase. Le dio silla: se mesuró el P. canónigo, y comenzó su razonamiento: «Soy don Diego Pardo, canónigo de Cuenca; vine a esta ciudad a negocios de importancia: en el camino me robaron mis criados, que traía. Espero letra para mi gasto; en el ínterin no tengo que gastar. V. E. es príncipe, e inclinado a hacer bien, en especial a gente principal. Sírvase V. E. de mandarme socorrer, que cuando venga la letra satisfaré lo que se me diere» Le creyó el conde; mandó se le diesen cien reales en plata. Se despidió de S. E., ufano de haberle estafado, etc.
De esta forma hizo otras estafas. No dejaré la que hizo a una monja de aquí: era devota de cierto fraile: fue a ella en nombre del dicho, diciendo que era su amigo, y dijo a la buena señora: «Señora; el P. Fulano, que es muy amigo mío, me mandó viniese a besar la mano de VM., y que la dijese como tenía allí un regalo que enviarla; que VM. se sirva darme un par de fuentes y dos toallas para enviársele, que él no tiene en que enviársele. Ella luego dio las fuentes y dos toallas muy curiosas, que se llevó el Sr. D. Diego Pardo, y la señora se halló sin regalo y sin toallas. Aquí en casa intentó hacer otras estafas; lo conocieron, y lo echaron en hora mala, etc. Este es el fin del Sr. D. Diego Pardo, y el de mi carta. Estimo los cuchillos y el recado, que espero por la ría de esta ciudad en la forma que he escrito, y dirá el arriero Marquina. Nuestro
Señor guarde a V. R. como deseo. Valladolid 17 de septiembre de 1634. =Juan Chacón. =Al P. Rafael Pereyra.