Letters / Madrid

carta_51

Madrid y julio 11 de 1634.

(Tom. 216, fol. 20.)

Pax Christi, etc. Aunque por otras cartas que de este Colegio se han escrito supongo a V. R. suficientemente enterado de todo lo ocurrido en el negro asunto de los papeles y el buen éxito que al fin tuvo el negocio, quiero todavía referir a V. R. cómo pasó.

Miércoles, víspera de San Pedro y San Pablo, envió el Sr. Conde-Duque uno de sus criados con un billete para el P. Francisco de Guevara, avisándole de lo que se había decretado en la Santa y general Inquisición acerca de los papeles que se habían esparcido estos días contra nuestra Compañía. Fue luego a besarle la mano a S. E. y a agradecerle tan singular favor, y la protección y amparo que mostraba tener de nuestra Compañía; y encareciéndole S. E. lo mucho que debía la Compañía a S. M. del rey nuestro señor por el calor que había puesto en este negocio y por lo que había mandado en su decreto, que fue a lo que solamente podemos atribuir el dichoso fin, de este negocio y que quería por esta acción entendiese todo el mundo lo que amparaba, defendía y favorecía a la Compañía, le dijo el P. Guevara que si le parecía bien a S. E. que viniesen dos PP. graves a dar las gracias de todo a S. M. Preguntó el Conde que cuántos le habían venido a pedir que favoreciese en esta ocasión a la Compañía . Respondió el Padre que seis. Dijo entonces el Conde: «pues si seis vinieron a pedir entonces el favor, ¿no habían de venir más que dos a agradecérselo? Que vengan los mismos seis» y yendo adelante en la plática, preguntó al Conde el P. Guevara que si se hallaría alguno de los nuestros a ver la quema; dijo él que por qué no; que fuesen todos, que si fuesen frailes a quien esto sucediese, pusieran luminarias de alegría y contento. Acabada la plática, vino el Padre a casa a las once de la noche, y contó todo lo que había pasado.

Amaneció el jueves, día de San Pedro y San Pablo, y de tanta honra para nuestra Compañía; se divulgó por la casa cómo se quemaban los papeles, y bien podrá V. R. colegir la alegría con que estaríamos todos; luego el hermano Andrés hizo un arca bien capaz para los libelos y papeles, y se envió a pintar con sus llamas y todo el aparato que en semejantes ocasiones llevan. El duque de Villahermosa nos prometió una acémila que los llevase, y luego se publicó por todo Madrid, así porque la leña estuvo aparejada todo el día, como porque habiendo avisado a los familiares y queriendo todos salir, andaban por todo Madrid buscando mulas, por donde se vino a saber porque ellos decían para qué eran. Este mismo día se echó una cédula en el refectorio, en que ordenaban que cada sacerdote dijese tres misas, y cada hermano tres rosarios por S. M., dos por el Sr. Conde-Duque, y uno por el Sr. Inquisidor general. Después de letanía hizo el P. Rector un razonamiento muy grave y discreto a la comunidad, en consideración a las muchas gracias que debíamos dar a nuestro Señor, de que esta persecución hubiese pasado en tanta cuenta de la Compañía, y asimismo mostrarnos agradecidos al rey nuestro Señor, al Sr. Conde-Duque y al Sr. Inquisidor general y al Sr. arzobispo de Damasco, que tanto habían ayudado para el fin de este negocio, y que usásemos con moderación de esta dicha, porque los seglares estarían muy alerta de ver si hacíamos algunas demostraciones demasiadas, y si dábamos a entender que estábamos muy triunfantes de nuestros enemigos.

A cosa de las cinco de la tarde se comenzaron a oír trompetas y atabales en la posada del Sr. D. Juan Dionisio Portocarrero; se comenzó el acompañamiento que dice el testimonio que está en la plana de atrás.

Sábado, víspera de la Visitación, hubo en casa la fiesta que otros años suele haber el domingo; y como hace la fiesta la congregación de sacerdotes, estaba en casa lo mejor de la clerecía de Madrid, y era tanta la gente que había, particularmente en la capilla mayor, que fue de los mayores concursos que aquí he visto. Estaba el Santísimo descubierto; predicaba el P. Francisco Pimentel, y después de haber dicho el preste el evangelio y credo, como aquí se acostumbra, estaba la iglesia en gran silencio esperando al predicador, cuando vieron a un seglar en el pulpito, y causó grande admiración. Era este el que venía a publicar el edicto que había cinco días que se estaba imprimiendo para hacerlo bien (tanto es el afecto que nos tiene), y la postura suya causó mayor atención y silencio, porque apenas se levantó del pulpito, cuando con mucha gravedad miró al arco de enfrente, después a la capilla mayor y cuerpo de la iglesia, y advirtiendo el gran silencio que había, se puso de suerte que de ambas partes le oyeren igualmente, y estando de esta suerte sacó el decreto, y con voz muy clara e inteligible, leyó así: Nos etc.

Prometo a V. R. que fue de las cosas mejor leídas que he oído en mi vida, porque lo leyó bien despacio, y cuando se seguía lo más sustancial, después de haberse parado un poco, leía en voz más alta, y el aplauso del silencio fue en todo igual. De nuestra casa fue a otras iglesias a hacer lo mismo, y parece que anda buscando donde hay grandes fiestas para irlo a leer allí antes que predique el predicador, para tener más oyentes.

Este mismo día fue el Inquisidor general a Santo Tomás, y junto a los frailes, y los reprendió gravemente con palabras encarecidas, porque uno de ellos había, no sé en qué tiempo, hablado mal de la Compañía. Este día estuvo también el P. Guevara con el Conde-Duque, y le dijo el Conde: «Ahora contentos estarán los PP.;» y diciéndole el Padre que si, como era justo, dijo él: «pues deje, que el primer fraile que hablare mal de la Compañía, lo ha de pagar muy bien».

Esto es lo que se me ofrece decir a V. R. acerca de este punto, dejando otras cosas de menos importancia, y otras también, porque me parece las colegirá V. R como el sentimiento de nuestros émulos, los varios dichos del vulgo, y lo que los que bien lo entienden estiman esta acción, pues dicen que solamente si se hubiera granjeado hacer esto caso de Inquisición era ya mucho, porque lo ha contradicho lo más grave de España, cuanto más que se hayan quemado los libros, cosa hasta ahora nunca vista en esta corte.

Madrid y julio 11 de 1634. =Francisco de Rivera. =Al P. Rafael Pereyra, de la Compañía de Jesús.

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